Escenas de El club de los poetas muertos

Carpe diem

«Aprenderán a saborear las palabras y el lenguaje. A pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo.»

Entender la poesía

«No leemos y escribimos poesía porque es bonita; leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana. Y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derechi, la ingeniería… son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida; pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor… son las cosas que nos mantienen vivos.»

«Oh mi yo, oh vida de sus preguntas
que vuelven del desfile interminable de los desleales,
de las ciudades llenas de necios
¿qué hay de bueno en estas cosas?
Que tú estás aquí,
que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama…
y que tú puedes contribuir con un verso
WALT WHITMAN

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Saca lo que llevas dentro

Camina a tu aire

Oh, capitán, mi capitán

SINOPSIS

El club de los poetas muertos

Peter Weir, USA, 1989

Pocas películas, de entre las aparecidas en los últimos quince años, han tenido tanta repercusión y buena acogida entre la gente joven. Su presencia en un video-forum con alumnos de Bachillerato ha sido durante años una cita obligada. Hemos de agradecer a Peter Weir que nos hiciera reflexionar sobre la condición humana en los años ochenta con El club de los poetas muertos (Oscar al mejor guión), como lo hiciera en los noventa con otro film digno de mención: El show de Truman. En el fondo las grandes cuestiones que se plantean al hombre moderno: el ansia de libertad, la cuestión del sentido de la vida, la autoridad y el poder, la búsqueda de la belleza y de la verdad, etc.

SINOPSIS
Recordemos brevemente el tema que trata. El protagonista de la película es John Keating, a quien encarna con una magnífica interpretación de Robin Williams, antiguo alumno de la Academia Walton, una estricta y prestigiosa escuela privada situada en Vermont (Nueva Inglaterra). A ella vuelve en 1959, esta vez como profesor de Literatura en el curso de preparación para la Universidad. La educación que imparte este colegio de élite se basa en cuatro pilares: «Tradición, honor, disciplina, grandeza», pero Keating parece dispuesto a romper, con sus peculiares métodos pedagógicos, estos principios: quiere inculcar en sus alumnos el amor por la libertad y la búsqueda de la belleza como pautas fundamentales en el camino que conduce a la realización del ser humano.

Las palabras y el entusiasmo de Keating, que se hace llamar “¡Oh, capitán, mi capitán!” –utilizando una expresión usada por Whitman en un poema dedicado a Lincoln–lograrán despertar el idealismo de sus mejores alumnos, que deciden volver a dar vida a “El club de los poetas muertos”, una sociedad de amantes de la poesía a la que perteneció el propio Keating cuando estudió en el colegio. Así, muchas noches los jóvenes, desafiando las normas de la institución, pasarán inolvidables veladas en una cueva cantando, fumando o recitando poesías, en su afán por “vivir a conciencia… extraer todo el meollo a la vida… para no descubrir, en el momento de la muerte, que no se había vivido” , según palabras de Thoreau.

El sentido de la vida

Ya desde su primera clase este singular profesor va a concretar el mensaje central de su ideal educativo, basado en una educación integral e inconformista, que no se limita a la mera enumeración y memorización de datos, sino que busca el fondo de las cosas, todo ese sentido profundo que no se encuentra en los libros de texto. Keating urge a sus alumnos a “aprovechar el tiempo”. A esta secuencia pertenece la siguiente cita de Whitman:

«coged las rosas mientras podáis;
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta»

Selectas citas de los grandes escritores “contestatarios” americanos llenan de contenido las enseñanzas del profesor Keating: Walt Whitman, Robert Prost o Henry Thoreau aparecen con frecuencia en las clases o en las conversaciones con los alumnos, así la poesía, expresión sublime de los más íntimos sentimientos humanos, se convierte en maestra de la vida y en orientadora en la búsqueda de unos valores que la hagan merecedora de ser vivida.

Ante las vitrinas de viejos recuerdos y fotografías de antiguos alumnos del colegio el nuevo profesor dirá a sus sorprendidos alumnos: —»Quisiera que se acercaran aquí y examinaran estas caras del pasado. Las han visto al pasar, pero no se han parado a mirarlas. No son muy distintos de ustedes ¿verdad? El mismo corte de pelo… repletos de hormonas, igual que ustedes. Invencibles, como ustedes se sienten… todo les va viento en popa, se creen destinados a grandes cosas… como muchos de ustedes… ¿creen que quizá esperaron hasta que ya fue tarde para hacer de su vida un mínimo de lo que eran capaces? Porque estos muchachos están ahora criando malvas ¿comprenden señores? Pero si escuchan con atención podrán oír cómo les susurran su legado. Acérquense, escuchen… Caaarpeee Diiieeem! ¡aprovechad el momento, chicos! Haced que vuestra vida sea extraordinaria».

En “El club de los poetas muertos” el sentido del aforismo latino “carpe diem” no se limita exclusivamente al planteamiento hedonista que tuvo originalmente. Digamos que tiene –como toda la película– un sentido deliberadamente ambiguo, que más bien sirve de estímulo para despertar inquietudes y animar a cada uno para que busque una meta hacia la que pueda orientar su vida. “Haced que vuestra vida sea extraordinaria” éste es el mensaje que el profesor Keating quiere dejar grabado la mente de sus discípulos desde el primer día de clase. Una propuesta acertada que nos hace pensar en el ideal griego de la excelencia humana. La respuesta a la pregunta ¿qué hace que una vida sea extraordinaria? tendrá que encontrarla cada uno, con todos los riesgos que ello supone.

Entre sus discípulos veremos diversos modos de reaccionar. Uno vencerá el miedo al ridículo y se atreverá a declarar su amor a una chica del pueblo vecino. Otro, desafiará la oposición de su padre, y entrará a formar parte de un grupo de teatro, que es lo que realmente le gusta. El más tímido logrará vencer el miedo al ridículo, etc. Parece que todos van descubriendo nuevas dimensiones de sus vidas, aunque algún caso acabe en tragedia, lo cual le costará el puesto al innovador profesor.

El planteamiento es enormemente vitalista, muy del estilo que plantea Whitman en sus poemas:

¡…vivir un poema de nuevas alegrías, siempre!
¡Danzar, aplaudir, exultar, gritar, saltar,
brincar, seguir viviendo, seguir flotando!
Ser marinero del mundo, en dirección a todos los puertos.
Ser un barco (mirad las velas que extiendo al sol y al aire).
Un barco desbordante y raudo,
lleno de palabras ricas, lleno de alegrías.

El entusiasmo llena las velas de estos jóvenes, pero el film no elude el problema y nos advierte del peligro: el barco puede estrellarse. Como decía Dostoievski, “el secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino también en saber para qué se vive”; y –añadimos nosotros– vivir para algo que valga la pena, porque es precisamente a la hora de elegir fines cuando se pueden cometer los más trágicos errores, pues ¿existe mayor riesgo que equivocarse en la valoración de lo que consideramos fin último? La búsqueda del sentido de la vida es, por tanto, un buen arranque para una navegación apasionante. La pregunta queda formulada: ¿Qué puede hacer que mi vida sea extraordinaria? Dios quiera que sepamos llevarla a buen puerto.

Sentido trascendente

La respuesta clásica del hedonismo parece a todas luces insuficiente. Ese “pasárselo bien” –“montárselo bien”, dicen algunos, usando una curiosa metáfora equina– da por supuesto que la vida es puro “aguantar mecha”, que no hay más. Demasiado pobre. Pocas mentes lúcidas se lo creen, pocos que sean realmente inconformistas aceptarán esta solución. ¿Estará la felicidad en triunfar, en enriquecerse, o en la ciencia, o el progreso tecnológico?

En su segunda clase, el profesor Keating va a tratar el tema de la poesía. Una vez más sorprenderá a todos con su modo poco convencional de tratar la literatura, reivindicando el papel de las humanidades frente a la técnica y tratando de abrir a sus alumnos los amplios horizontes de una formación verdaderamente cultural y vitalista que fomente la creatividad y el espíritu de iniciativa: «No olviden —afirmará— que, a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo (…) Les contaré un secreto. No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos» (…) Citando a Whitman:

«Oh mi yo, oh vida de sus preguntas
que vuelven del desfile interminable de los desleales,
de las ciudades llenas de necios
¿qué hay de bueno en estas cosas?»

Respuesta: «Que tú estás aquí,
que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con un verso…
¡que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con un verso!»

Lamentablemente ni la ciencia ni las ideologías, ni el progreso, parecen en condiciones de poder responder a la pregunta por el sentido. Esta es la conclusión a la que la humanidad ha podido llegar tras las amargas experiencias del siglo XX. Lo dijo Husserl con una gran clarividencia: “la ciencia excluye la cuestión más candente de nuestra existencia: la cuestión del sentido”. No existe una Weltanschaung científica, las ideologías nos han decepcionado y el mito del progreso (con todo lo que suponía de esperanza para un “nuevo humanismo”) saltó por los aires junto con la bomba de Hirosima. ¿Qué nos queda? La respuesta de Keating parece clara, nos queda el arte, la libertad. En realidad para una mente moderna arte y libertad son lo mismo.

Este innovador profesor apuesta por la vía creadora como camino para alcanzar esa soñada plenitud. No es poco, en una sociedad mercantilista, apostar por actividades “inútiles”. Aunque ya a estas alturas pocos crean en la “belleza” y sus palabras suenen a rancio romanticismo, Keating sigue pensando que el idealismo y, de alguna manera, los valores espirituales son los únicos que pueden iluminar nuestras vidas.

El sentido de la libertad y la libertad sin sentido

Ciertamente ya es algo apostar por la identidad y la creatividad. El simple hecho de unir ambas cuestiones ya resulta interesante, pues en realidad sólo conozco mi verdadera identidad (quién soy realmente) cuando veo lo que soy capaz de hacer. Pensar que yo puedo aportar un verso al poderoso drama del mundo es estimulante. Confiar en la creatividad de cada persona es un acierto. Keating se aproxima algo a la solución, da un paso hacia la trascendencia y apuesta por un valor seguro en la modernidad, como es la libertad, pero acabará quedándose corto.

Una de las secuencias más memorables de la película es aquella en la que nos muestra una clase práctica de poesía. Los alumnos deben componer y recitar en público un poema original. Todo transcurre con normalidad hasta que le toca el turno al alumno tímido, que primero es invitado a vencer los respetos humanos lanzando desde la tarima un bárbaro gañido y después será «invitado» —casi obligado a viva fuerza— a recitar su poema delante de toda la clase. La secuencia muestra con gran plasticidad lo que es la esencia de toda labor educativa: ayudar a sacar de uno mismo las mejores cualidades. Para conseguir esta meta será necesario tener fe en la persona (yo creo que lleva algo dentro de usted de gran valor, dice en un determinado momento el profesor Keating) y no ahorrar esfuerzo ni sacrificio tanto por parte del educador como del educando.

Tampoco podemos olvidar la clase en el patio animando a los alumnos a andar cada uno a su aire. Fácilmente terminarán desfilando al son de las palmas, poniéndose de manifiesto la dificultad de andar contra corriente, el peligro de caer en el conformismo o de perder las propias convicciones en medio de la masa: «Les he hecho salir para ilustrar la cuestión de la conformidad, la dificultad de mantener las propias convicciones frente a los demás (…) todos necesitamos ser aceptados, pero deben entender que sus convicciones son suyas, les pertenecen (…) aunque toda la manada diga: «¡No esta bieeeeen!». Robert Prost dijo: «dos caminos divergen en un bosque, / y yo tomé el menos transitado de los dos, / y aquello fue lo que cambió todo». Quiero que encuentren su propio camino…»

Todo esto está muy bien, y puede que sirva para dar luces sobre el valor de la libertad, pero sigue sin darnos una respuesta satisfactoria acerca del sentido de la propia libertad, porque ésta siempre apuntará hacia algo que está más allá de ella misma: no es el fin, sino un medio más, de lo contrario nos encontraríamos con una libertad sin sentido.

Victor Frankl, el psicólogo que hizo de la búsqueda del sentido todo un sistema de pensamiento e incluso toda una terapia, lo explica de esta manera: “Todo ser humano siempre está proyectado hacia algo más allá de sí mismo, algo en el mundo exterior o alguien en ese mundo exterior, una persona, un ser amado a quien entregarle su amor. En la medida en que un ser humano, en vez de contemplarse a sí mismo y reflexionar sobre sí mismo, se pone al servicio de una causa superior o ama a otra persona, se encuentra con la autotrascendencia” y explica esto con una imagen tomada de la biología: “nuestros ojos son, en cierto sentido, autotrascendentes, el ojo sólo cumple bien su misión cuando ve lo de fuera y no se ve a sí mismo”.

Lástima que el profesor Keating no llegara tan lejos, quedándose en una romántica exaltación de la libertad, válida sólo en parte, porque la libertad es el camino para amar, para trascenderse a uno mismo buscando el bien y así hacer que la propia vida sea realmente extraordinaria. Quedarse admirando la propia libertad es como quedarse mirando el propio ojo, algo ciertamente maravilloso, pero que nunca constituirá la meta última de la capacidad de ver.

Se ha dicho que el hombre occidental es rico en medios pero pobre en fines. La cultura contemporánea, con su antropología frecuentemente cerrada a lo trascendente, corre el riesgo de mutilar al hombre o de asfixiarlo en su pretendida autonomía. Pero el hombre de nuestra tiempo, como en todas las épocas, seguirá preguntándose por el bien, porque la vida exige imperiosamente un sentido.

(Fuente: http://arvo.net/ideas-desde-el-patio-de-butaca/el-club-de-los-poetas-muertos/gmx-niv416-con11005.htm)